Música, Arte y Literatura
9 de octubre de 2012
Contracorriente y sociedad: Miradas independientes (I)
Por: Mauricio Laurens
Surgen movimientos contestatarios, anticonformistas o de oposición radical al sistema, que nos han ofrecido películas tanto clásicas como recientes capaces de cuestionar con argumentos e imágenes los valores tradicionales del establecimiento, y de aquellos abusos incalificables del poder. Sus visiones independientes, o libertarias, abandonaron conscientemente los parámetros oficialistas para incursionar en propuestas audaces que arremetieron lanza en ristre contra formas caducas y atropelladoras de la condición humana.
La ‘otra cara’ explora una contracorriente artística y comercial que propone formas no convencionales dentro de un cine claramente alternativo, al alejarse de ciertos moldes impuestos por la gran industria multinacional con nombre propio (Hollywood). Producciones de bajo presupuesto, que sin necesidad de recurrir a las grandes estrellas, se rigen por las libertades de creación o plantean la búsqueda sistemática de nuevos lenguajes, estilos y estructuras narrativas. Muchas de ellas se identifican con el ‘nuevo cine norteamericano’, siendo capaces de romper con los esquemas herméticos del devastador medio masivo de comunicación.
Aunque De aquí a la eternidad pueda parecer una temprana excepción, se le abona el hecho de desplegar una actitud derrotista mediante soldados abusivos y un poco despistados que fueron infaustamente sorprendidos por sus enemigos en Pearl Harbor –estando allí las caras más bonitas de California en los años cincuenta–. El paradigma de toda una época llegó con Rebeldes sin causa, cuando presumía reflejar los inconformismos generacionales en donde severos maestros e irresponsables padres de familia salían bastante mal librados.
Es con Busco mi destino que el ‘hippismo’ de la contracultura trasluce sus consignas de amor libre, vida en comuna, culto a la carretera y propagación del sicodelismo alucinógeno. No obstante ser uno de los momentos sublimes del modelo juvenil de Hollywood, El graduado posee valores honestos y de autocrítica en cuanto retrata los moldes anquilosados del ‘american way of life’. Anticipemos el ‘odio’ de los habitantes marginados de la periferia parisiense para exponer hasta qué punto puede llegar la falta de respeto e intolerancia de las autoridades policiales hacia los menos favorecidos.
Con el retrato de un frustrado guionista neoyorquino de origen judío llamado Barton Fink, los Coen ratificaron su poder de convicción en el terreno de las situaciones extremas o aventuras criminales a las que cualquier persona puede arribar sin demasiado esfuerzo. Al esbozar una sátira dispuesta a desenmascarar las presiones ejercidas desde la Meca del cine sobre quienes escriben historias diferentes de luchas, Fink abraza la causa de un Ed Wood dispuesto a demostrar que se pueden hacer películas imaginativas y baratas de todos los géneros sin arrodillarse ante la sacrosanta autoridad de los productores.
Resulta ciertamente audaz el ignorar tabúes y prohibiciones de sociedades pacatas en defensa de una vida sin prejuicios ni coacciones a la libertad bien entendida. Con la descripción descarnada de varias ‘noches salvajes’, desde París, un cineasta integral revela su vida privada subterránea y evita caer en críticas constructivas o golpes de pecho ya que lo importante era ser honesto consigo mismo. Juegan también las imposiciones de Trainspotting, o La vida en el abismo, cuando percibimos gracias a la contundencia de la cámara fotográfica una campaña soterrada del sistema escocés para desviar la atención sobre muchachos que escogieron el camino equivocado como salida desesperada frente a tanta podredumbre.
Pasiones compartidas de naturaleza homosexual y celos enfermizos desatados como producto del aislamiento a que son sometidos dos amantes chinos en Buenos Aires, hacen de Felices juntos una contradictoria provocación que comulga plenamente con los ideales no siempre caídos en desuso del romanticismo. De igual manera, las ‘vírgenes suicidas’ corresponden a una vida en rosa aparente que se desmorona a consecuencia de las tensiones ejercidas por una comunidad hipócrita o provinciana ‘made in USA’. Más lejos, en la idílica Nueva Zelanda, un grupo de ciudadanos excluidos de origen maorí se propuso demostrar que… ‘somos guerreros’ no dispuestos a tragar entero.
Del ‘carácter’ infranqueable de un padre que no reconoce la voluntad férrea de su hijo bastardo, al enfrentamiento étnico y religioso de antiguas ‘pandillas en Nueva York’ que señalaron una línea americanista. Sin obviar el ‘juramento’ de quienes no necesitaron permiso para poblar una metrópolis constreñida por la doble moral de raíces irlandesas, ni la refrescante excepción de un cineasta estadounidense que aborda el tema de una nación suramericana acosada por ‘hombres armados’ de fuerzas insurgentes, movimientos de autodefensa y organizaciones al margen de la ley. ¿Será una simple coincidencia?
Referentes:
De aquí a la eternidad (From here to Eternity, Fred Zinnemann, EU, 1953).
Rebelde sin causa (Rebel without a cause, Nicholas Ray, EU, 1955).
El graduado (The Graduate, Mike Nichols, EU, 1967).
Busco mi destino (Easy Rider, Dennis Hopper, EU, 1969).
Barton Fink (Joel Coen, EU, 1991).
El fin del juego (Howard’s End, James Ivory, Reino Unido, 1992).
Noches salvajes (Les nuits fauves, Cyril Collard, Francia, 1992).
El juramento (The Brothers MacMullen, Edward Burns, EU, 1993).
Somos guerreros (Once Were Warriors, Lee Tamahori, Nueva Zelanda, 1994).
Ed Wood (Tim Burton, EU, 1995).
El odio (La haine, Michel Kassovitz, Francia, 1995).
Trainspotting (Danny Boyle, Escocia, 1996).
Carácter (Mike van Diem, Países Bajos, 1997).
Hombres armados (John Sayles, EU, 1997).
Felices juntos (Happy Together, Wong Kar-wai, Hong Kong, 1998).
Las vírgenes suicidas (The Virgin Suicides, Sofía Coppola, 1998).
Pandillas de Nueva York (Gangs of N.Y., Martin Scorsese, 2002).