Música, Arte y Literatura
1 de octubre de 2012

La televisión y cultura colombiana a sus 60 años

Por: Jairo Obando Melo


En el siglo XX la televisión colombiana sobrepasó con rapidez al tradicional periodismo impreso, al malogrado cine nacional y a la fogosa radio. Gracias al gobierno de Rojas Pinilla y a la audacia del joven Fernando Gómez Agudelo, el Estado comenzó con ésta actividad que por desgracia se convirtió en un desmesurado negocio.

La televisión fue una escuela de aprendizaje para la producción, la realización, el lenguaje de la imagen y su nivel de comunicación junto con la adquisición del aparato que poco a poco ha ido llegando a los sectores más pobres de la sociedad, logrando un impacto sin precedentes.

POR EJEMPLO EN LOS  DRAMATIZADOS

El impacto se notaba entre público de las radionovelas quien ya no solamente oía a sus personajes sino los veía en la calle, la gente era capaz de insultar a “los malos” del drama o cualquiera podía enloquecer por obtener un autógrafo “de los buenos de la novela”. Este público perdió las fantasías de la radionovela pero ganó en intensidad  y comunicación viendo a actores-personajes por la calle.

El dramatizado costumbrista fue ganando terreno,  hasta el punto de que algunos programas tuvieron una duración de 25 años en pantalla, no por su irremplazable talento, sino por la carencia de una exigencia temática, el facilismo estético y los bajos costos de su realización.

El teatro con sus actores entró a recorrer el camino de los dramatizados más evolucionados, pero los actores tardaron mucho tiempo en comprender que la pantalla de la televisión se parecía más a la imagen cinematográfica que al teatro grabado.

La expulsión del director japonés de teatro Seki Sano fue lamentable porque seguía haciendo carrera en los estudios El “mexicanismo” de los actores latinoamericanos del antiguo cine y la primaria televisión dejaba distorsionado el ser mismo de los mexicanos porque no era el México del cineasta Emilio Fernández, ni el México de Carlos Fuentes. Ni el “mexicanismo” inconforme de sus grandes muralistas, ni el realismo de sus revoluciones y demás fenómenos sociales que han despertado la admiración del mundo entero.

Ni siquiera “El gallo de oro”, del virtuoso  escritor Juan Rulfo, escapó del tipo de telenovela, sentimental, sin ambiente, ni fotografía y con personajes sin muchos cuidados en el vestuario de los años 70, donde injustificadamente se combinaba con escenas y automóviles del año 1950. No aparecía en la televisión la Dirección de Arte, dejando mucho que desear en las adaptaciones mexicana y colombiana.

La literatura latinoamericana hubiera podido ser un aliciente para una buena televisión dramatizada pero las adaptaciones se hacían dentro de un esquema de poca inversión y como no se dominaba la puesta en escena, la dirección apenas cuidaba que los actores tuvieran memorizados los diálogos y se  ordenaba que hiciera, por ejemplo, una toma la cámara 1, luego otra toma a la cámara 2,de nuevo cámara 1-actor A, y cámara 2-actriz B, y así sucesivamente, se grababa con dos o más cámaras y unos cuantos personajes hablantes, que pasaron por centenares de telenovelas sentimentales que tenían gran éxito comercial y por lo tanto seguían siendo la única experiencia confiable para este nuevo empresario: el Programador.

Excepcionalmente el director colombiano de cine y televisión Pepe Sánchez unificó al público raso y al publico pensante alrededor de  la pantalla de televisión con la telenovela “Vendaval”, introduciendo elementos de actuación, puesta en escena cinematográfica y tratamiento ideológico, haciendo un buen montaje de hechos históricos con melodramáticos y componiendo lo creativo con lo real.

“La mala hora” fue de los primeros dramatizados que se exportaron y era otro intento para romper con la tradicional telenovela colombiana, pero los problemas con las agencias publicitarias desmotivó a los productores de las programadoras para realizar con frecuencia temas importantes. Ante la censura y control de estos anunciadores, los productores de las programadoras vieron que era mejor “casarse” con la telenovela sentimental de bajos costos que ha creado tanto conformismo y alienación, en un continente carcomido por el subdesarrollo.

Estas imágenes de televisión evolucionaron tan fuerte e intensamente entre la gran masa televidente que hasta el cine acudió a las mismas formulas, como en el caso de “La abuela”, y en varias películas se contrató a reconocidos actores de la farándula con la esperanza de tener mejor taquilla en la pantalla grande.

La televisión y el televidente evolucionaron obligando al programador a plantearse cosas más serias, como la vida y asesinato de Gaitán, que tenía una buena ambientación, y el equipo realizador pudo grabar el programa con mucha solvencia y por su conocimiento e investigación de una época, pudieron alejarse un poco del estilo de “historia oficial”, a pesar de que el director y sus colaboradores creativos estaban “vigilados” por asesores con un enfoque conservador de  la historia de Colombia. Y además le demostró a los programadoras que la masa de espectadores no es una sola, la que prefiere el programa más  elemental, la que no quiere pensar, la que solamente piensa en cosas meramente divertidas y no quiere complejidades reflexivas, porque estos televidentes  de los acontecimientos del 9 de abril, llegaron al mayor rating de sintonía en un domingo por la tarde.

Con los programas de series supuestamente históricas sobre la Independencia, las guerras civiles y otros temas, la nación colombiana no ha podido verse a sí misma, porque los argumentos y personajes no los pudimos ver los televidentes con toda la riqueza de nuestra historia, y aunque la programadora PROMEC invirtió fuertes sumas de dinero, las famosas empresas encuestadoras de audiencia y Raitings de sintonía no certificaban un gran público que motivara a las Agencias Publicitarias a invertir prioritariamente.

Muchos sectores sociales varias veces intentaron prohibir “Los Victorinos” y de no ser por la mediación y significado de la programadora RTI de Gómez Agudelo, no se hubiera permitido esta serie que rompía el esquema y el final feliz y le hacía pensar a Colombia que cualquier día pueden despertar, salir y bajar de los  cinturones de miseria los miles de Victorinos cuyas familias han sido excluidas de cierta calidad de vida.

Con la serie “Azucar”, del cineasta Carlos Mayolo, se lograba sensibilizar y contar nuestra historia con una estética extraordinaria, dentro de lo que se había hecho hasta el momento en la televisión colombiana. Desafortunadamente la propia programadora extendió ociosamente la telenovela y le hizo perder atractivo. Luego el mismo Mayolo dirigió  “La otra raya del tigre”, pero la programadora le cambió los horarios y “la quemó”, quedando privado el telespectador de una apertura hacia una nueva forma de ver y oír nuestra historia, con unas imágenes de muy buen gusto en la dirección de arte, la dirección de la fotografía, la puesta en escena, el tratamiento geográfico y el talento de su realizador que supo crear personajes con buen acierto, y en cierta forma Carlos Mayolo fue mejor en la televisión colombiana que en el cine, y guardando las proporciones del caso, se ponía el realizador  en la misma tónica de la mejor televisión que se ha hecho en el Brasil.

García Márquez le dio la bendición a la televisión, dándole el visto bueno o retocando  los libretos como: “la María” y “La vorágine”. Cabe destacar la realización de la telenovela de la Pola en el año 2011, la cual tenía una factura muy superior a viejos trabajos  de temática  histórica, con un buen libreto y una dirección acertada de Sergio Cabrera y sus colaboradores mostraron capacidad para armar un equipo de buena creatividad. Sin embargo hacen falta mucho más trabajos de estos para contrarrestar los reality-show, la Casa estudio y el Gran hermano en los cuales se gasta lo que vale una buena serie y se haría un espectador más sensible.

DIVERTIR, EDUCAR

También  hubo una evolución en los programas de humor, pues aunque expresiones chabacanas con su mal gusto parecían tomarse casi todos los países de América Latina, sin embargo, se empezaron a ver en la televisión colombiana series de buena factura como, “Dejémonos de vainas”, “Zoociedad”, “Betty la fea”, ”Vuelo Secreto”, “Los Reencauchados”, “Noticiero NPI”, entre otras, que lograban una ruptura con el humor populachero, de  grotesco costumbrismo, que mal educa en vez de despertar un sentido autocrítico para convertir en mejores personas a los televidentes.

EL GRAN NEGOCIO

Los actores y técnicos desde la década del 60 ya miraban con preocupación la invasión de enlatados o películas extranjeras,  y esta avalancha fue la antesala de la globalización con la que se arrasa con la identidad cultural de los países. Pero no hubo solidaridad efectiva, ni de los sindicatos, ni de las facultades de comunicación social, que en décadas anteriores estaban dedicadas únicamente a enseñar y estudiar una “semiótica de la imagen”; tampoco se pronunciaron las organizaciones culturales,  y mucho menos los televidentes que son quienes menos cuentan con sus opiniones para el negocio de venderles imágenes, en su mayoría importadas.

Se reglamentó la duración de los programas nacionales que casi siempre eran de económica realización y por ello siempre se ha acudido a programas como los concursos, y fueron estos concursos las únicas formas de participación de la sociedad colombiana, la  cual a nivel de análisis de la realidad del país ha permanecido al margen de las “orientaciones de opinión” que realizan las programadoras. En estos concursos había más de publicidad que de estímulos a las capacidades y al saber de las personas.

Muchos programas de Concursos los tipificó Pacheco, quien como personaje ha representado el talento del hombre corriente que hace y conversa de todo, y al margen de presentador-personaje, se mostró siempre como buen periodista y hombre de campañas sociales.

Con el avance de las comunicaciones y a partir del proceso de satelización, las programadoras en los países suramericanos podían comprar, vender, ceder señal satélite, lo cual las hizo más poderosas frente a la televisión del Estado, de precario auto- sostenimiento económico.

LA TELEVISIÓN NO SE VE A SÍ MISMA.

La televisión colombiana siempre se pensó a sí misma como un gran ideario de libertad y autocrítica, criticó los países de aspiraciones socialistas porque este medio allí tenia la censura del Estado; sin embargo, el autocontrol que existe en nuestra televisión es una censura que imponen los propios anunciadores, que se asocian y pueden influir o quitarle el apoyo o vetar un programa, bloquear a una empresa programadora y  porque no, a un canal, así como le quitaron todos los anuncios en una época al diario “El espectador” y lo llevaron a una desaparición temporal.

EL ESTADO UN PEQUEÑO PROGRAMADOR

El Ministerio de Educación, ha tenido una franja de la televisión educativa, pero tenía muy bajo presupuesto y la propia Inravisión nunca escapo de la corrupción, el despilfarro y todos los problemas que tienen los institutos del Estado. El personal creativo de los programas escaseaba, los trabajadores de televisión no se entusiasmaron mucho por elaborar creativamente esta educación  audiovisual. Los programas, como el bachillerato por televisión, eran una mala clonación de la escuela, donde se colocaba la cámara frente al tablero, se hacía una suma numérica.

Con los años, el canal educativo tuvo mejoras técnicas y creativas pero el público se desinteresó. El gobierno y su Ministerio de Comunicaciones no hicieron llegar los contenidos pedagógicos y hacerlos consumir obligatoriamente en los salones de los colegios privados y menos en los establecimientos públicos, y de poco o casi nada  sirvió que estas imágenes educativas hayan mejorado de calidad técnica hacia finales del siglo XX y hayan producido logros notables  en este milenio.

La Empresa “Audiovisuales” ha elaborado un gran bagaje nacional en el campo documental, pero desafortunadamente no pudo contrarrestar la avasalladora marea de imágenes que diariamente nos llegan desde los EE UU, y aunque incursionó en largometrajes argumentados su audacia no fue tan afortunada como en los documentales
donde se abordó la geografía, la historia, la antropología creando un inmenso bagaje que debió ser de obligatorio estudio en los establecimientos de secundaria e incluso en ciertas universidades donde las clases  de Ciencias sociales siguen siendo de tablero.

Los canales del Estado, durante años padecieron el desgreño administrativo, la indiferencia de la gente creativa y  los técnicos; pero al entrar  hacia el siglo XXI, los Ministros de comunicación mostrando un poquito de voluntad política y presupuestal  los han mejorado en la realización de sus programas, le han incrementado nuevas formas como el Documental con ciertas libertades, presentan programas con toda una comprensión del país.

Pero con todos esos estímulos no pueden competir contra los canales privados en capacidad de convocatoria para atraer a millares de televidentes que se sienten más atraídos por “las alienantes noticias del entretenimiento y el espectáculo”; los televidentes no se sienten motivados por un buen trabajo antropológico, geográfico  o por conocer una empresa  estatal como Ecopetrol, o un Instituto tan emblemático como el Agustín Codazzi.